miércoles, 18 de noviembre de 2009

ADOLESCENCIA Y MIGRACIÓN

América Latina ha sido históricamente una región con fuerte movilidad poblacional en diversas direcciones. Los jóvenes fueron siempre uno de los grupos con mayor movilidad, con una diferencia importante entre los adolescentes que viven aún con sus padres y los jóvenes autónomos o con deseos de independencia, a partir de la adolescencia, a menor edad, mayor es la propensión a migrar.

Existen cinco factores clásicos sobre migración juvenil: la migración laboral, más frecuente entre los jóvenes mayores, cuyo objetivo es buscar mejores oportunidades de trabajo; la migración educativa, en general de carácter interno y de corte rural-urbano; la migración nupcial, relacionada con la formación de nuevas parejas; la de tipo emancipatoria, donde la salida de la familia de origen es para la conformar un hogar propio y, por último, la migración familiar, subdividida entre migración de arrastre, que sucede cuando la familia se traslada en conjunto, y la de reencuentro familiar.

Pero la movilidad poblacional interna aparece en la adolescencia, muy posiblemente por causas de estudio, de arrastre familiar en menor grado y, entre los jóvenes de mayor edad, por razones laborales.

Por otro lado, en la migración internacional, la población masculina es más numerosa mientras que en la migración nacional se registra un predominio femenino por la atracción de nichos de mercado como el empleo doméstico.

Los espacios de los cuales las familias intentan irse sufren, de este modo, un cambio en el plano de las subjetividades visible en el modo de imaginar el futuro y, en consecuencia, en un renunciamiento a todo aquello que pudiera retenerlas allí. Sin duda, la pelea necesaria para poder irse deriva habitualmente en la reconciliación implícita que se ve en aquellos emigrantes que añoran e idealizan su tierra de origen.

Por el contrario, en las zonas receptoras de corrientes migratorias es posible observar el crecimiento demográfico sin una planificación ordenada, la estigmatización del migrante y su discriminación, y la reproducción del círculo de la pobreza. En estas comunidades, el migrante queda asociado a la creciente inseguridad, al incremento de la desocupación e incluso a la saturación de los servicios públicos de salud y educación, convirtiéndose así en un otro amenazante que puede desencadenar enfrentamientos entre grupos que coexisten en un mismo espacio social.

Estos cambios en las representaciones relacionadas con el lugar en que se vive y las reconfiguraciones sociales que adquieren connotaciones conflictivas se reflejan, inevitablemente, en las aulas. La desintegración de los hogares, la falta de la figura paterna, materna o ambas y las nuevas reconfiguraciones familiares generadas por
la migración son algunos de los factores mencionados habitualmente por los docentes para explicar las mayores dificultades educativas en los niños expuestos a estas situaciones.

Se suman, además, aquellos casos de mala alimentación (cuando se esperan las remesas del exterior y éstas no llegan) o de niños y jóvenes que quedan al frente del hogar y deben incorporarse el mundo del trabajo, con las importantes consecuencias que esto acarrea en términos de su educación.






En ciertas culturas juveniles, cruzar la frontera y volver ya forma parte de los rituales de iniciación, es una forma de ganar prestigio en el grupo. Da la sensación de que el fenómeno migratorio se origina primero como producto de un modelo de exclusión pero luego se institucionaliza, deviene cultural y ya nadie se
cuestiona sobre él; comienza a formar parte del universo simbólico de la comunidad.

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